“La muerte es la muerte”, dice Benjamin Linus –uno de los villanos más complejos de la narrativa contemporánea– justamente cuando más evidente se hace que en la isla de Perdidos la muerte no es la muerte. Pese a que nos hayamos acostumbrado a los fantasmas y a las resurrecciones, lo cierto es que la teleserie camina hacia su extinción sin vuelta atrás. Una última temporada siempre es un cóctel explosivo de Eros y Thanatos: deseo de conocer el desenlace y duelo incipiente por lo que está a punto de no ser. Pronto desaparecerán los personajes, parte del misterio o las vueltas de tuerca técnicas y argumentales; pero pervivirá una forma de leer. Que se ha impuesto.
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